París, Febrero de 1957
Por circunstancias que me son difíciles de explicar, coincide que estoy hospedado en el Ritz a la vez que Mistress Hutton. Ella, como cada año, ha decidido organizar la mayor fiesta de la temporada con motivo de lo que llaman Carnaval. Corren rumores de que será la mayor fiesta nunca organizada.
El gran día ha llegado. Miles de conjuntos adornan ya la entrada y los principales salones del exquisito hotel, así como las ventanas y todas las escaleras. Orquídeas, Fresias, Hortensias y Peonías por doquier, una mezcla de olor ideal.
Bárbara, un anfitriona como pocas, tiene la gentileza de regalar a todas las invitadas un colgante con un pequeño diamante talla baguette como obsequio. Entre las invitadas, cabe destacar la presencia de la Duchessa Windsor, pues vive en París, ataviada con sus famosas panteras de Cartier; la famosa periodista de la socialité internacional Elsa Maxwell, Coco Chanel y buena parte de la realeza europea.
Como cualquier fiesta de Carnaval que se precie, es absolutamente imprescindible la utilización de máscara, antifaz... De este modo, Bárbara ha comprado cientos de cintas aderezadas con pequeños brillantes para que las invitadas se las coloquen en acertada combinación con la decoración del hotel.
Muchas de las invitadas van ataviadas con fabulosos vestidos Haute Couture de Chanel, y se mueven por los salones con tal naturalidad que de hadas parece que hablo. Cristales de Lésage, bordados, lazos, organzas, sedas lánguidas y frágiles caminan y bailan hasta el amanecer. Una fiesta irrepetible pues, Bárbara, no había de permitir una fiesta mediocre.
Es la hora del té.
Buenas tardes y buena suerte.